El paisaje siempre es hoy
por Florencia Batitti

Mucho se ha discutido últimamente, dentro y fuera del ámbito del arte, en torno al
binomio naturaleza/cultura, en especial atendiendo a la urgente necesidad de imaginar
un futuro que conciba una relación no dicotómica entre ambas esferas. En este sentido,
la obra de Martín La Rosa parece venir a recordarnos que el origen del concepto
“naturaleza” también es cultural. Hace tiempo que La Rosa reinterpreta pictóricamente
algunas de las más célebres obras de la historia del arte occidental, como La joven de la
perla
de Johannes Vermeer, La dama del armiño de Leonardo da Vinci o el Autorretrato
con gorguera
de Rembrandt, entre otras. En esta operación programáticamente
anacrónica, La Rosa introduce alteraciones en los icónicos motivos originales:
variaciones en la escala, fragmentación de la composición en retículas de perfección
matemática, calados, troquelados o imprimaciones ornamentales, y más recientemente,
la incorporación de frondosos y verdes follajes entre los que se esconden, tímidas, las
bellas modelos de estas obras maestras, cansadas quizás de largos siglos de
ininterrumpidas miradas.

Al igual que hiciera Manet con la obra de Velázquez, en cada gesto de apropiación, La
Rosa entabla un paciente diálogo con sus colegas a través del tiempo y del espacio,
articulando así una silenciosa conversación repleta de respeto y de misterio que, en el
caso de La Rosa, subraya la condición sublime que para él poseen tanto el arte como la
naturaleza.

Al ser consultado por su afición a homenajear pictóricamente a artistas como Goya, Van
Gogh, Monet y Caravaggio, el pintor argentino Carlos Alonso afirmaba que la necesidad
de respaldarse simbólicamente en el trabajo de sus colegas respondía al deseo de sentir
que él formaba parte de una cadena compuesta por múltiples eslabones, una cadena que
venía de lejos y de atrás y que aspiraba a continuar hacia adelante; que esos homenajes
eran una forma de tomar aliento, de tomar fuerza bebiendo de fuentes que él
consideraba legítimas y aún llenas de savia, de vitalidad y de potencia.

Así, los montajes de tiempos y realidades heterogéneas, las configuraciones de
temporalidades diversas que operan en la obra de La Rosa, y fundamentalmente, los
desvíos conceptuales que introduce desde el presente !distorsionando el significado
original de las obras que tanto admira! producen un nuevo efecto crítico, inoculan una
bocanada de aire fresco a nuestros modos de ver a los clásicos, producen en definitiva
una obra nueva.