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Retratos de lo inexplicable
por Eduardo Villar

No es una foto–aclarémoslo de entrada–, la imagen que acompaña estas líneas. Es uno de los óleos sobre tela de Martín La Rosa que desde hace un mes los peatones que pasan por el frente vidriado de la galería Otto, en Paraná entre Santa Fe y Juncal, toman –estoy seguro– por fotografías. El virtuosismo técnico de La Rosa que produce ese tipo de confusión no es poco, pero no es lo principal. Su trabajo sorprende por otras razones: por ejemplo, atraer hipnóticamente las miradas –aun las de quienes pasan casualmente frente a la galería– con algo que ya a nadie parece interesarle: conexión íntima con el otro, proximidad sin apuro, serenidad en la pose y en la mirada. En un mundo donde las imágenes se producen por millones y circulan con el vértigo de lo inmediato por el solo hecho de que es posible, más allá de que haya o no alguien para mirarlas, la belleza de los retratos que pinta La Rosa no está en su precisión fotográfica sino en algo que no es sencillo entender. Solemos olvidarlo, pero la belleza suele aparecer con más brillo en las cosas que no se comprenden del todo. A mí me parece que lo que vuelve difícil apartar la mirada de los retratos de La Rosa es que confusamente dicen algo sobre el paso del tiempo y lo que produce en nosotros. Y cuando se habla del paso del tiempo también están necesariamente involucradas la velocidad y/o la lentitud.

La muestra, que seguirá abierta apenas unos días más, se llama Diálogos y se compone de dos series de óleos –todos en blanco y negro– y un tríptico en gran formato (“Bird of New York”) de un pájaro muerto. Una de las series es de autorretratos de Rembrandt, que Martín La Rosa vuelve a pintar (en blanco y negro) y en uno de ellos sobre papel en el que se ve a Rembrandt joven el artista ha calado una docena de moscas. De alguna manera esa obra y el pájaro y los retratos –que en ocasiones no son caras sino espaldas desnudas– nos hablan de lo mismo. Es curioso que una muestra tan ajena a la corriente principal del arte actual en la Argentina tenga la consistencia conceptual que pocas veces se encuentra en las muestras conceptuales.

En el centro del espacio expositivo de Otto hay un banco, un clásico banco de museo de los que invitan a la contemplación. Los óleos de Martín La Rosa vuelven significativo ese banco –tan escasas son las ocasiones en que uno necesita un lugar para sentarse con tiempo a mirar. Por alguna razón no me sorprendió enterarme cuando pedí sus datos de que Martín La Rosa no usa celular.