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Texto Curatorial, «Diálogos», MAC Museo de Arte Contemporáneo de Salta – 2017
por Eugenia Garay Basualdo

Introducirse en la obra de Martín La Rosa implica varias operaciones simultáneas, como la de realizar un minucioso análisis de los géneros que trabaja, al mismo tiempo que detectar las peculiaridades de su estilo, y también evidenciar los motivos que evoca. Observando las obras publicadas en su sitio web son demasiados los rasgos que pasan inadvertidos. Al entrar en contacto directo con sus cuadros la percepción da un giro sorprendente. Esa fue mi experiencia con la obra de La Rosa la primera vez que visité su taller.

En la actualidad el retrato en el arte contemporáneo está fuertemente vinculado a la fotografía y no tanto a la pintura. Si bien este género tuvo un vasto desarrollo desde tiempos en que los emperadores romanos mandaban a hacer bustos y monedas con sus rostros para distribuir por el imperio con la intención de que los súbditos conocieran sus facciones, o los mecenas renacentistas se hacían inmortalizar por prodigiosos maestros a los que financiaban, o los monarcas dejaban constancia a través de retratos de corte de su situación familiar y sus hazañas militares, se llega a los muy innovadores retratos post impresionistas, fauvistas y cubistas de principios del siglo XX. Con el advenimiento de la fotografía, el pintor retratista se vio obligado a ceder su oficio al fotógrafo, que con el tiempo y los interminables avances tecnológicos, fue adquiriendo relevancia. La modernidad entera ha sido retratada mecánicamente y con la sofisticación que cada época trajo aparejada.

Sin embargo, un estilo pictórico heredero de otro anterior hizo un llamamiento a demostrar que aún se podía hacer retrato pintado en tiempos de nuevas tendencias, muchas de las cuales estaban atravesadas por la reproductibilidad técnica: ese estilo se denomina hiper realismo. Para el crítico Marchán Fiz[1] el hiperrealismo o superrealismo, término que él prefirió acuñar, se instaló en la era pos pop con inicio a fines de los sesenta en los Estados Unidos y de la mano de pintores como Howard Kanovitz y Chuck Close, por mencionar a algunos. En sus escritos Marchán Fiz señaló dos vertientes del superrealismo que si bien apuntaban a la representación verista y exacta, lo hacían de maneras distintas. Por un lado un realismo fotográfico derivado del pop, y por otro un realismo más anclado en la tradición de la pintura academicista en pos de revalorizar a la pintura como tal. Fueron numerosos los artistas que trabajaron y lo continúan haciendo en ambas líneas, incluso abriendo el espectro de los materiales que utilizan al incorporar elementos extra artísticos al cuadro como sucede con el grupo Mondongo.

Ahora bien, esta vinculación entre género y estilo lleva al análisis del corpus de obras que Martín La Rosa denominó Diálogos. Su especialidad es el retrato en clave de realismo fotográfico. Aclaro esto porque La Rosa se ha convertido en un pintor meticuloso que elabora su obra a través de fotografías que operan sobre articulaciones de rasgos que pueden contribuir a la identificación de un tema. Es así que de estos motivos que va eligiendo y elaborando fotográficamente primero emergen las temáticas que plasma en sus obras. Este procedimiento conceptual lo lleva a construir dentro de Diálogos a las subseries Manos, Retratos, Reinterpretaciones y Espaldas. Tomando el lenguaje de la fotografía son retratos en primer plano, plano medio, fragmentados en ciertos casos, con el personaje de espalda en otros, y varios pares de manos femeninas y masculinas entrelazadas. No es que La Rosa renueve o re signifique este género, lo que hace es volverlo experimental. A esto se le suma una factura perfecta en óleo sobre tela y un asombroso manejo del blanco y negro.

La Rosa traspone de lo fotográfico a lo pictórico al mismo tiempo que revela su percepción acerca de los tipos humanos. En esta elaboración conceptual aborda un estudio pormenorizado de lo fisonómico como de lo psicológico de cada retratado captando en cada gestualidad la representación de un estado de ánimo. Por otro lado, en cada uno de los pares de manos utiliza el fuera de campo como recurso que habilita a pensar en quiénes son y qué rasgos tienen aquellos que han posado de esa forma.

Mención aparte merece una obra que ya puede considerarse paradigmática en el corpus de La Rosa que es Diálogo con Rembrandt. Como es sabido el prolífico maestro neerlandés realizó una gran cantidad de autorretratos a lo largo de su vida. La Rosa tomó uno de esos y realizó su propia versión en dos telas[2]. Aquí la trasposición fue operada a través de la cita, que no sólo implica ejecutar un retrato de un autorretrato, sino de elogiar el trabajo de uno de los mejores retratistas de la historia del arte. La particularidad de esta obra es que puede exponerse completa, es decir una tela al lado de la otra, de manera invertida o por separado. Esta última opción resulta el mayor desafío para el  espectador al cual el artista le propone realizar un reconocimiento doble: advertir ambas piezas como parte de un mismo retrato y al mismo tiempo identificar al personaje.

Por todo esto es que puede afirmarse que la experimentación que Martín La Rosa realiza en Diálogos es un aporte que renueva el género del retrato en el arte contemporáneo.

 

[1] Marchán Fiz, Simón, Del arte objetual al arte de concepto, Madrid, Akal, 1994.
[2] De 128 x 148 cm cada una.